Cerámica de edificios
El renacimiento de la cerámica empleada en los edificios se inició a mediados del siglo XIX y alcanzó su apogeo en toda Europa durante el modernismo. El empleo de la cerámica en exteriores de edificios tuvo que superar la prueba de tener que ser compacta y resistente a las temperaturas bajo cero, ya que en Hungría es típico que cada año haya unos cuarenta ciclos de heladas con los correspondientes deshielos. Para responder a estas elevadas exigencias, Vilmos Zsolnay y su equipo de técnicos desarrollaron un material llamado pirogranito, que permitió la amplia difusión de este decorativo material de construcción.
La manufactura Zsolnay se hizo famosa por sus productos de cerámica esmaltada y por el pirogranito que elaboraban, y el constante desarrollo tecnológico elevó la manufactura a la vanguardia internacional. En un principio, en Hungría se empleaba la cerámica para sustituir elementos de piedra que eran caros o difíciles de conseguir. Inicialmente, este material servía como materia prima para capiteles de columnas, consolas de soporte de balcones y repisas, luego, ya como elemento decorativo, empezó a figurar en los frisos y marcos de ventanas. Fue en la arquitectura de Ödön Lechner donde la cerámica de Zsolnay obtuvo el lugar que se merecía en la historia de la arquitectura nacional e internacional.