El actor más valioso de la vitivinicultura, el custodio del conocimiento, es el vinicultor húngaro.
La vitivinicultura en Hungría tiene una historia de más de mil años. Se pueden encontrar variedades únicas como la Furmint o la Juhfark (cola de oveja). El país cuenta con terrenos volcánicos únicos, como las regiones de Tokaj o Somló. Existen excelentes vinos con un gran pasado histórico, como el aszú de Tokaj o el bikavér (Sangre de toro) de Eger. Aquí, en la cuenca de los Cárpatos, entre los 45 y 49 grados de latitud norte, es de muchísima importancia cada año cuándo y cuánto se poda, qué se cruza con qué, cuándo y qué se planta.
Este trabajo no lo puede hacer la vid, ni el sol ni la tierra, va más allá de estos componentes. El actor más valioso de la vitivinicultura húngara, el custodio del conocimiento, es el mismo vinicultor húngaro. Aunque colabora con la tierra, el sol y las cepas, él es el director que, desde hace siglos, se embarca cada año en una nueva aventura con los dones de la naturaleza. Por lo tanto, los vinos húngaros son, en cierto sentido, como los vinicultores del país: cada uno es un individuo único. Su inagotable riqueza radica precisamente en esta diversidad, sin sus sabores individuales el mundo sería un lugar más pobre.